Lluvia y más lluvia durante días, justo lo que necesitaba para esta fotografía.
No deja de resultar curioso que estuviera deseando precisamente eso, algo que en definitiva resulta una de las cosas más molestas para un fotógrafo, pero es que este rincón se viste en todo su esplendor tras unos días de intensas precipitaciones. Si además le añadimos la presencia del otoño el resultado tiene muchas probabilidades de resultar espectacular.
Llevaba varios días visitando la zona, en un ritual que repito cada año por estas fechas, comprobando como el discurrir de la estación dejaba su huella en el bosque. Sin embargo, la falta de agua en la cascada me había impedido conseguir la imagen que estaba persiguiendo. Las hojas ya habían caído de los árboles aconsejando buscar otras localizaciones a menor altitud pero tras unos días en que no cesó de llover tuve la corazonada de volver de nuevo al lugar.
El día era gris, ese gris plomizo y persistente tan característico del norte. Recuerdo que durante todo el viaje no dejo de llover y mientras conducía no dejaba de preguntarme a mi mismo donde demonios iba. Al llegar al bosque me llevé la grata sorpresa de comprobar como una intensa niebla envolvía los árboles, dándome el fondo ideal para la imagen ahora que no quedaba ni una hoja en las ramas. Pertrechado con toda la ropa de lluvia que disponía y armado con el paraguas más grande que encontré en el maletero me dispuse a afrontar la situación con un aspecto que a buen seguro debía de resultar cómico.
Tirado en el suelo, la cámara en el trípode y mientras tanto aguantando con una mano el paraguas y el cable del disparador y con la otra un filtro degradado, todo esto claro está, cuidando de que nada se mojara porque tan solo una pequeña gota de agua en el filtro o en el objetivo hubiera arruinado la imagen.
Con estas condiciones tan solo pude realizar un par de tomas diferentes de las cuales he elegido ésta como la más representativa. Espero que os guste y os sirva para disfrutar de la sensación de vivir el otoño en Cantabria.
No deja de resultar curioso que estuviera deseando precisamente eso, algo que en definitiva resulta una de las cosas más molestas para un fotógrafo, pero es que este rincón se viste en todo su esplendor tras unos días de intensas precipitaciones. Si además le añadimos la presencia del otoño el resultado tiene muchas probabilidades de resultar espectacular.
Llevaba varios días visitando la zona, en un ritual que repito cada año por estas fechas, comprobando como el discurrir de la estación dejaba su huella en el bosque. Sin embargo, la falta de agua en la cascada me había impedido conseguir la imagen que estaba persiguiendo. Las hojas ya habían caído de los árboles aconsejando buscar otras localizaciones a menor altitud pero tras unos días en que no cesó de llover tuve la corazonada de volver de nuevo al lugar.
El día era gris, ese gris plomizo y persistente tan característico del norte. Recuerdo que durante todo el viaje no dejo de llover y mientras conducía no dejaba de preguntarme a mi mismo donde demonios iba. Al llegar al bosque me llevé la grata sorpresa de comprobar como una intensa niebla envolvía los árboles, dándome el fondo ideal para la imagen ahora que no quedaba ni una hoja en las ramas. Pertrechado con toda la ropa de lluvia que disponía y armado con el paraguas más grande que encontré en el maletero me dispuse a afrontar la situación con un aspecto que a buen seguro debía de resultar cómico.
Tirado en el suelo, la cámara en el trípode y mientras tanto aguantando con una mano el paraguas y el cable del disparador y con la otra un filtro degradado, todo esto claro está, cuidando de que nada se mojara porque tan solo una pequeña gota de agua en el filtro o en el objetivo hubiera arruinado la imagen.
Con estas condiciones tan solo pude realizar un par de tomas diferentes de las cuales he elegido ésta como la más representativa. Espero que os guste y os sirva para disfrutar de la sensación de vivir el otoño en Cantabria.
Canon EOS 1Ds MK III, distancia focal 17 mm. ISO 100, f/18, 2,0 segs.
F.Sanchoyarto